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Mi amiga Nani Boloqui me recordó el otro día que un sobrino de Franco sobrevivió de milagro a una de las mayores tragedias de la guerra: el hundimiento del crucero Baleares. Servía de vigilante nocturno en la popa del barco cuando un torpedo explotó bajo sus pies y le llenó las piernas de metralla. Aturdido entre decenas de compañeros muertos, logró rodar por cubierta hasta caer al agua para no hundirse con aquella mole de acero. En plena noche, sin poder usar las piernas y bajo el fuego de la aviación enemiga, nadó y nadó hasta alcanzar un bote. Un total de 765 marineros habían perdido la vida.

Jacinto Jaraíz Franco era de El Ferrol, hijo de Pilar Franco Bahamonde y tenía solo 15 años cuando en 1938 lo embarcaron en el Baleares. La guerra estaba en el principio del fin, pero la flota republicana seguía siendo mucho más poderosa que la franquista y tuvo la oportunidad de demostrarlo la noche del 6 de marzo. Dos escuadras enemigas se cruzaron por sorpresa entre el Cabo de Palos y Formentera. Comenzó un intercambio artillero que concluyó con el impacto de dos torpedos sobre el Baleares a las 2.20 de la madrugada.

Las explosiones causaron una inmensa masacre. En el puente murieron el almirante y ocho adolescentes mallorquines que acababan de embarcarse. Otro de los proyectiles alcanzó la torre de popa, donde estaba el sobrino de Franco. Él lo relata así: «Oí una fuerte explosión y perdí el sentido. Cuando lo recobré, lo primero que oí fue ‘¡Ay mis piernas!’. A mi lado yacía un marinero al que le faltaba una pierna. Más lejos había otro con las dos piernas seccionadas. Entonces sentí un gran dolor y me di cuenta de que tenía las piernas llenas de heridas».

En el libro El crucero Baleares, aparece el relato de uno de sus camaradas: «Sacamos de entre las llamas a Jacinto Jaraíz Franco. Este muchacho se encontraba con las piernas acribilladas por la metralla y a punto de perecer carbonizado. Lo cogimos en brazos».

Durante dos horas, los 1.200 tripulantes lucharon por su vida mientras la aviación republicana les machacaba. Una escuadrilla de bombarderos volvió a acertarles hasta seis veces. Las explosiones iluminaron tanto la zona que los pilotos captaron el momento en fotografía. Los 435 que quedaban vivos se lanzaron al agua y fueron recogidos por buques ingleses. Los heridos se recuperaron en los hospitales de Palma. Chicas falangistas los consolaron con un escapulario, un crucifijo, un misal de bolsillo y una cajetilla de tabaco. Jacinto estuvo 45 días en la clínica del doctor Pieras y su madre Pilar acudió a visitarlo.

En 1947 se inauguró el monumento de sa Feixina, en Palma, en memoria a los caídos de este crucero. El PSOE lo resignificó hace unos años, pero Memoria de Mallorca pide derribarlo porque ofende a las víctimas de la masacre de La desbandá de Málaga, en la que este crucero participó en 1937.

Jaraíz volvería a Burgos donde manifestó su deseo de ser aviador. Sin embargo, en 1947 seguía siendo alférez de navío. Luego se casó en Madrid y ejerció de perito mercantil en Santander. Llevó una vida prácticamente anónima. Paradojas de la vida, su hermana mayor, Pilar, acabaría siendo antifranquista y militando en el PSOE clandestino.